miércoles, 23 de septiembre de 2009

De las Vegas, de Don Bull y acompañantes

Mal ha concluido la primera etapa, sino la última, de lo que pretendía o hacía creer a la opinión iba ser un espectáculo con la idea de introducir la tradición taurina a los gringos, visto lo visto, no ha sido tal, ni mucho menos, entradas inferiores a las mil personas, imágenes patéticas de lo que pareció ser un simulacro de una tradición centenaria con raíces ancestrales en los países taurinos, que en el mundo del toro tiene fincada mas que una tradición, su propia identidad. Toros chicos, sin ser sangrados con el correspondiente tercio de varas, un segundo tercio que mas de banderillas parecía de tiro al blanco y un tercio de muerte sin muerte, incluso hasta un indulto improcedente ya que el toro no demostró su bravura donde debe mostrarse, en el caballo, los óles eran cantados como goles y las orejas intercambiadas por vueltas al ruedo o arena, como le llaman. Después de tan lamentable resultado el organizador optó por cancelar y reagendar, siendo los primeros damnificados los toreros modestos actuantes en esas fechas. Finalmente otros se bajaron del carro, recién el Juli, en un gesto de desesperación, se quiere mostrar como víctima, cuando hace no mas de dos semanas defendía el evento, y ahora, hasta esta en contra del mismo, hecho que deja muy mal parado al diestro de Velilla, pero sobre todo, compromete y deja en entredicho su palabra mas que de torero, de hombre. Y así por el estilo veremos a los Ponce, Morante, Conde, Zotoluco, etc. Y todos los que ingenuamente creyeron que los gringos podrían participar en un espectáculo que es contrario a su idiosincrasia Yanqui, que pretende a toda costa borrar las tradiciones ancestrales del nuevo mundo, y del mundo, y mas viniendo de países Hispanos. Menos mal que aún quedan toreros que cada día dignifican y reivindican a la fiesta hasta sublimarla, sino, pregúntense que hubiera contestado un torero como José Tomás, si tan siquiera Don Bull se hubiese atrevido a llamarle para invitarlo, esta claro que no le hubiera tomado siquiera el teléfono. La conclusión es que se debe ser torero dentro y fuera de la plaza, porque por ello les llamamos “matadores”. Por Julio C. Huerta

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